Ayer nuestra profesora de Cultural Marketing, la Dra. Alba Colombó, publicó un artículo sobre los Oscars en El Periódico online.
Reproducimos aquí el material, porque nos parece que plantea una postura interesante. ¿Tú que piensas?
Limusinas,
terciopelos rojos, luces de colores, focos, carrerillas, una agenda
enloquecida, miles de periodistas y una alfombra roja que da mil vueltas antes
de llegar a la entrada de la gala en el Dolby Theatre de Los Angeles. Hoy el
Oscar no está solo, lo acompañan toda una serie de figuritas de varias
academias de todo el mundo que han optado por seguir sus pasos. Los Goya, los
Gaudí o los Premios Europeos del Cine procuran generar valor en torno a un
reconocimiento que no se sabe si, detrás del glamur, esconde la precaria
sostenibilidad del sector o el uso de grandes lobis para sus intereses
comerciales.
Es difícil objetivar el valor que generan estos premios para la
industria cinematográfica, pero podemos tener una idea, una visión desenfocada,
que nos hace creer que son necesarios. Sin embargo, teóricos de las ciencias
sociales reconocen el valor de los eventos tanto para el sector del que
participan como para la sociedad que los acoge. Getz identifica
su valor por los impactos que generan sobre el turismo, el desarrollo económico
o la promoción de la ciudad. Para Mayer,
en cambio, son un elemento clave para el crecimiento de ciertos sectores dado
que generan proyección y desarrollo tanto para los propios profesionales como
para mercados e industrias. En el caso del sector cinematográfico hay que
subrayar dos aspectos clave, no reflejados en la cadena de valor de los
mercados, como el valor de la existencia o el valor del prestigio,
identificados por Bruno Frey. Estos
valores benefician al producto cinematográfico tanto en el momento de su
lanzamiento como cuando, una vez está guardado en el cajón del olvido, vive una
segunda primavera en las salas de cine.
Así, por ejemplo, el filme La plaga, de Neus
Ballús, inició el
viaje con el estreno mundial en el 2013 en Berlín, donde se le abrieron las
puertas de un largo recorrido por más de 20 festivales, haciendo puente en
prácticamente todos los continentes. Finalmente, tras pasar por varios premios,
la cinta ha obtenido en el 2014 el premio Ópera Prima del Col·legi de Directors
de Cinema de Catalunya y cuatro premios Gaudí (película, dirección, guion y
montaje). Actualmente parece que ha vuelto a ver la luz en nuestros cines,
aunque de forma esporádica y poco sostenida.
Por otra parte, la producción belga The Broken Circle Breakdown, de Felix
van Groeningen, ha tardado dos años en llegar a nuestras
salas de cine, con el título Alabama Monroe. Llega coincidiendo con su nominación a
la mejor película de habla no inglesa en los Oscar de este año y después de una
larga cosecha de galardones en multitud de festivales y certámenes, como el de
mejor actriz para Veerle Baetens de
los premios Europeos del Cine 2013, entre otros. Podemos sospechar, pues, que
sin estos reconocimientos esta película no habría llegado a nuestras salas de
cine.
Algunos
de estos premios probablemente han ayudado a dar valor a producciones pequeñas
e independientes a las que se les ha abierto el camino de las complejas redes
de distribución y exhibición. Por tanto, más allá de la dificultad de
cuantificar el valor del prestigio, la existencia de festivales y premios de
cine genera efectos que son evidentes en el sector.
Neus Ballús sostenía durante
la reciente entrega de los premios Gaudí que otras profesiones deberían ser
iluminadas con focos brillantes en medio de alfombras rojas para sentir
reconocido su trabajo. Sin embargo, no todos los premios deben ser entendidos
de la misma manera, no son sinónimos y su impacto dependerá del valor que
nosotros les otorguemos. No es lo mismo un premio reconocido mundialmente,
otorgado a grandes producciones bajo el control de lobis internacionales, que
uno otorgado en señal de reconocimiento de una industria quizá más pequeña y
cercana.
El
contexto actual, sin embargo, sitúa al sector en un punto de inflexión en el
que los valores generados por los premios pueden ser decisivos para el futuro
de las producciones. Sin embargo, la fuga de talentos es evidente y hay que
cuestionarnos si debemos volcarnos en el sueño americano, desertizando el
sector, o seguir trabajando en nuestro ámbito más cercano con un optimismo
consciente, esperando que los premios sean una pieza más para ayudar a
sobrevivir a un sector que está agonizando.
Seguro que el camino de los premios aporta valor a nuestra
industria, y si nos creemos ese camino más cercano podremos incentivar más al
sector y evitar el riesgo de que la única voluntad de la profesión sea desear
el perro de Àngel Llàcer, llamado Oscar.